martes, 17 de enero de 2023

Sobre amores imposibles y otros demonios

Escribo esta primera entrada sin muchas expectativas, pero por primera vez en muchos meses, con un poco de luz en el corazón. Llevo de baja ya algún tiempo por depresión, pasando semanas grises en la oscuridad de mi mente, cada una igual que la anterior. La forma más fácil de llevarlo es anestesiar este dolor con los métodos habituales. Pastillas, alcohol y horas interminables de sueño esperando en algún momento desaparecer. 

Es complicado vivir con la sensación de cargar una losa de una tonelada en la espalda, sentir que es imposible salir de la cama, ducharse, cocinar y tantas otras actividades que la gente "normal" realiza en su día a día. A veces es difícil lidiar con el concepto de que puede que no sea tan "normal" como siempre he pensado. 

Algunas historias en relación a esto espero ir contándolas más adelante, sin embargo lo que hoy me atañe es lo que pasó anoche y como de repente me ha hecho volver a pensar que puedo ser feliz. 

Es una historia de amor, o al menos de atracción, que empezó hace ya 5 años en una tarde de primavera, con una cita tinder sin ninguna otra particularidad. Recién llegada a Madrid y con una relación de 7 años fallida a mis espaldas, más que avidez, tenía curiosidad por lo que podía encontrarme en este catálogo interminable de hombres. 

Este día en particular conocí a M, quien por caprichos del destino tenía el mismo nombre y apellido que mi ex novio mencionado. Congeniamos genial, me acompañó hasta mi parada del metro y quedamos poco tiempo después; entablando finalmente una relación de tipo más físico que otra cosa. Él viajaba mucho y nos veíamos algunos meses, sin ataduras y sin compromiso. 

He de confesar que en el fondo siempre he sido una romántica de la vida y siempre quise creer que cada vez que nos veíamos había un poco más, una conexión más allá de lo que nos permitíamos, pero que no podía ser. Finalmente él se fue a trabajar a otro país y nuestros encuentros se volvieron cada vez más espaciados, es cierto que siempre que estaba por Madrid se aseguraba de verme por lo menos una noche, que para mi era todo. 

Ayer fue justamente el último de estos encuentros, fuimos a cenar, hablamos de todo y de nada. Al salir del restaurante sólo quería saltar en sus brazos y besarle eternamente, como si no existiera un vuelo que tomar o un trabajo en otro continente al que volver. Le invité a mi casa y pasamos la noche juntos; el dormir abrazada a él, con todo el cariño que desprendía, la forma en que me tocaba y me acariciaba, significó todo. Casi sentía nuestros corazones latir al unísono y supe que a veces aunque dos personas tengan todo para estar juntas, el destino y la vida no pone las cosas fáciles para nadie. 

Mi alma magullada tuvo un respiro de ese malestar constante, aunque sé que no le veré pronto, ni siquiera si volveré a verle, me guardo para mi esta historia de amor. Sin la amargura del final no escrito y sin el dolor de la partida del otro.

Gracias M. 

Sobre amores imposibles y otros demonios

Escribo esta primera entrada sin muchas expectativas, pero por primera vez en muchos meses, con un poco de luz en el corazón. Llevo de baja ...